miércoles, 24 de julio de 2013

No me conviene

El tercer día que nos vimos
me sacudió una piña
que me dejó inflamada
la cara.
No le gustó que le dijera algo que
después no se acordaba qué era.
La cuarta se quedó dormida
mientras le decía que me gustaba.
La segunda me había dejado plantado.
La sexta me dijo que le gustaría tener un hijo
conmigo.
La séptima me acompañó descalza al supermercado.
Otra cantó en italiano a los gritos todo un día entero.
Me aplastó un huevo en la cabeza y se rió
tanto que hasta yo creí que era otro
y me reí con ella.
Reventó un vaso contra la pared
porque había mucho silencio.
Tuvimos un perro que abandonó.
Tuvimos una gata que secuestró y que nunca
supe dónde llevó.
Me trajo cinco plantas en bicicleta.
Llamó a la radio y leyó un poema mío
y dijo que era de un turco del siglo XV.
Escuchaba a Chiche Gelblung.
Mentía más veces que las que respiraba.
Decía la verdad más que nadie que conociera.
No me convenís le dije una noche,

tarde.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Lo que se dice


En el diario salió: “Guardia de seguridad usó caseta como bulín”, porque lo vieron a él y a esa chiquita mientras él le armaba una trenza sobre la nuca y la abrazaba fuerte cuando la penetraba, y la vieron a ella sentarse sobre él y darle de comer sus pechos, agarrarle su macana y acogotarlo contra el vidrio mientras se venía, y lo vieron a él levantarse y gritarle cosas tapándole la boca y después besarla largo rato en un grito o gemido o pedido de auxilio a nadie. Y la policía vino y los vio también, y a él se lo llevó porque ella era menor y la tía había hecho la denuncia. Aunque después lo largaron a darse a conocer cómo eran las cosas en realidad. Ella venía dos veces por semana a la caseta de seguridad donde él hacía de custodio y allí se refugiaban, se iluminaban en el sexo o solamente hablaban de la novela de las nueve, tan romántica que había resultado esa parejita nueva cuando los vaivenes de sus desigualdades sociales parecía que los seducía y unía, para luego separarlos en la comprobación de las diferencias. La prensa hace de las palabras una piedra, o un piedrazo. Ellos justo se estaban empezando a enamorar, y ella le traía comida, y mientras comían una empanada en silencio y escuchaban algo de música, y ella lo tocaba un poco o jugaban a las cartas, comenzaban a hacerse esas miradas calladas que dicen mucho, una: te quiero cojer donde sea y todo el tiempo que pueda; otra: si no estoy con vos te extraño, extraño tu olor, me gusta tu boca; más: ¿por qué no te conocí antes?, y así. No habían llegado a los momentos más crudos y abismales de las confesiones que a veces en la torpeza o falta de sincronía exacta dejan al otro pensando demasiado. Ella le dijo: “Sabés que esta es como nuestra casa”, y él no respondió, salvado por una llamada del handie, salió a hacer la ronda y, pensando en el aire calentito de la noche, respirando el viento que parecía ganar en sabor con el moviendo los árboles, se le ocurrió qué decirle, y cuando volvió le respondió algo que la hizo sonreír y sonrojar.
Esa hermosura, que es dejar dar los pasos necesarios a las caricias, para que se acomoden a su objeto, se cortó cuando vino la policía y lo esposó y lo interrogó como si él la hubiese violado. El diario apuñala en la madrugada, lo deja preso mucho más tiempo que el ratito de la comisaría y tan distraído que ahora solo en la caseta prende el encendedor sin un pucho en la boca, porque aunque parezca raro, igual lo conservaron en su trabajo. Ella lo llamó un tiempo después y él no la atendió. Él la llamó después de dos meses y ella tampoco. La caseta queda vacía ahora, cuando él sale de ronda, y se extravía en la noche y en pensar cómo se dieron las cosas en realidad y en cómo se dieron en su cabeza, porque a veces no sabe si se dieron solamente así de complicadas en su cabeza y todo fue más simple de lo que pareció. La luz de la linterna que lleva traza círculos, cruces, negaciones, formas montañosas en el horizonte, ondulaciones que asemejan bichos serpenteando por el piso, el nombre de ella, el suyo, y ambos tachados, todo acompañando el diálogo que viene teniendo con él como único interlocutor a lo largo de la recorrida. Sigue mirando las entradas iluminadas de las casas, las formas ásperas y porosas del pavimento, tratando de recortar de lo oscuro alguna figura que le haga levantar el handie para pedir ayuda, u otra silueta, que lo haga acercarse y abrazarla.
Así se dieron las cosas, la caseta, el diario, la tía, la policía, aquella noche. Y por un año no se cruzaron. Hasta que el diario volvió a titular: “¡Abejas invadieron hospital!” y allí se vieron. Ella estaba en camisón llevando el suero con una mano y sacándose con la otra una del rostro y tres de la espalda que la estaban hincando; las vio, dándose vuelta, directo a sus pequeñas caras cuando con sus traseritos aguijoneados se le incrustaban con demencia, y se las sacó como abrojos tirándolas al suelo. Corrió sin pensar, movida por una energía nutrida de miedo, que le daba una velocidad y una lucidez que la hacía cambiar de dirección y resguardarse cada vez que veía que una se acercaba o cuando tan sólo escuchaba cerca un zumbido.
Él se había ido a hacer una revisación de rutina para el trabajo y terminó cubriéndose con una colchoneta, pegándole con una almohada en el pasillo a cuanta cosita voladora veía pasar. Lleno de picadas, trataba de auxiliar a los sectores de internados, que desprotegidos, recibieron lo peor. Cuando todo pasó y llegó Defensa Civil y un grupo de fumigadores comenzaba en el patio a tirar veneno sobre los panales que se habían instalado en el techo del hospital, ellos se vieron. Ella con el rostro hinchado, él con hielo en el cuello donde más le habían dado. Él se acercó y luego de abrazarla sosteniéndole con una mano el suero, le preguntó que hacía ahí, qué le había pasado; ella, que era una infección rara que le había salido, entre sollozos cortos se lo decía. Él le contó a qué había ido, y que cuando se dirigía por el pasillo buscando el número de consultorio donde lo iban a atender, vio el enjambre que entraba a matar por la ventana del hall y que nunca pensaba encontrarla a ella ahí, ni de hecho en ningún lugar, y ella que tampoco, menos en esa situación, y rieron un poco y él la acompañó hasta su cama para que descansara.
Tres tardes la fue a visitar al hospital y luego siguió la cosa bajo la mirada atenta de su tía en la casa donde ella vivía. A la caseta no fueron más juntos. Él la noche la dedica a trabajar y hacer las “palabras cruzadas”, o los “siete errores” que salen en el diario. Ahora son novios como dios manda, dice su tía y el diario no habló más de ellos hasta que en sociales publicó su enlace, o hasta decir mucho después que él había muerto en un asalto o que su tía se había desmayado regando las plantas para matarse contra una maceta. De ella, el ocho de enero, mencionó chiquito: “Los más ricos choris de la costanera” y eso le dio muchísimos clientes.

viernes, 16 de marzo de 2012

primer año

Tu mamá te cambió el pañal
eso fue lo primero que pasó en tu primer cumpleaños

Te alzó, te besó la pierna y te sintió olor
y casi a las 12 te estaba cambiando

Yo bajé y me prendí un porro y salí al patio
y antes de salir puse
“Flowers for Zoe” de Kravitz
y la canté llorando mientras miraba el rocío en las plantas

volví a buscar el encendedor porque se apagó el pucho
y temblaba y no pude volver a prenderlo

me senté en el umbral y la perra vino a ver qué me pasaba

nada, loca, le dije, déjame que así estoy bien. 

passing shot

Hay una manifestación de bañeros
algunos nadan crawl (otros pecho)
protestan por aumentos de salarios

Un día es una ida
hacia un bebedero
fresco
y otro es
un tacho en el que te abollás

un día me como un pancho al sol
y otro me defiendo como puedo

el poncho y el puñal atento
el beso está
y la lamida
también

las once
el día
me aleja
de vos
sin parar

abajo de la tierra hay un sol
enorme
hay un biombo
que separa todo lo que
no fue
de lo que será imposible

el balcón dice que sí
que si lo abro
se deja
como flor

una pollerita de tenis
eso
y no
cabe más sentido
que tus piernas
que se asoman
en algún lado
que no es éste.

Algo anda suelto

Como engrapar el aire
a la vez te dije algo
pero quise decir
y vos encima entendiste
andá a saber

Te dije esto es de color salado
y vos
un cuerpo dulce
un instante

cada vez que te miraba
había algo que se derramaba
encima de algo

las papas
rodajas
el arroz
amortajado
palillos

la contemplación es la única
forma de acuerdo.

jueves, 15 de marzo de 2012

escrito

soldados escribiendo bajo un bombardeo
cartas en donde dicen que están bien que no se preocupen
el colectivero que manda un mensaje y sonríe
un chico escribe meando “yo” en la basura
la lista del súper
la palabra corazón que se oye fea
la guía telefónica leída en voz alta
la canilla del baño dibuja letras
un epitafio corto: “escribí lo suficiente”
la cantautora que apunta una estrofa sin sacar la libreta del bolso
los sueños que dicen lo que le pasó a otro
la baranda con el cartel de “fresco”
un cacho de tierra con un nombre
nunca te dije eso
el desodorante de ambiente
el perro comunitario con su etiqueta en el cuello
el canto simple de un pájaro que falla
que desafina temprano
el paso del tiempo en la montaña
el desierto que se borronea enseguida
el enchufe 220
la marca del cerámico del sócalo
el menú del día
mi nombre en Urdu escrito por tu mano.

domingo, 11 de diciembre de 2011

El inconciente me hace esto
me pone a Francella en un gag
y me lo repite
en uno está él y le dice
“vamos a comprar caramelos”
a alguien
van
y después él se los come
cuando se lo reprochan
él dice:
“yo te invité a comprar, no a comer”

lo mismo
casi exactamente igual
me lo larga cuatro veces seguidas

me despierto con sed
tomo agua
aunque la sed es de matar

un viejo escritor
(podría inventar un apellido
aunque para qué, si toda la anécdota es inventada)
decía que la repetición
es como ponerle pollo
al limón

un árbol de palta tira
su último fruto
que rebota y se pierde a metros
de un quincho
luego el árbol cae
es asado
y comido
y comido
y comido
y comido.